Nunca antes había sido tan valiente quedarse cruzado de brazos
La mañana del 2 de julio de 1829, el joven matemático Evariste Galois recibía una carta de su padre en la cual se despedía de su hijo. El padre de Evariste Galois había decidido suicidarse.
Me resulta difícil decir adiós, querido hijo. Eres mi hijo mayor y siempre he estado orgulloso de ti. Algún día serás grande y famoso. Sé que eso ocurrirá. Pero también sé que el sufrimiento, la lucha y la desilusión te aguardan en el camino.
Las palabras de su padre no pudieron ser más acertadas. Galois –quien hoy en día es famoso por la teoría que lleva su nombre y que constituye la base de muchos de los sistemas de navegación satelital como el GPS– sería expulsado de su institución educativa, encarcelado en dos ocasiones por actitudes antimonárquicas, enfermaría de cólera y finalmente, moriría en un duelo, herido de bala a los 20 años.
La historia de Galois y su padre pone de manifiesto algo que parece que las personas han olvidado a recientes fechas –o han querido olvidar– y es que la estructura de nuestras familias siempre cambia. A veces los padres mueren, otras desaparecen, pero casi siempre podemos elegir una nueva familia, incluso en contra de nuestras limitaciones.
La foto anterior tiene sin duda una peculiaridad admirable. En un tiempo en el que no dar un saludo equivaldría a una sentencia de muerte, es muy probable que muchos de los hombres de la fotografía actuaran motivados por el miedo. Sin embargo, la peculiaridad a la que me refiero es a la del hombre cruzado de brazos, quien pese a tener a unos cuantos metros a Hitler, decidió actuar motivado por algo más puro y más profundo que el miedo o el odio: el amor. August Landmesser, el hombre que se encuentra cruzado de brazos, estaba casado con Irma Eckler, una mujer judía con la que tenía dos hijas. Estaba decidido a desafiar sus posibilidades.
Las familias con limitaciones biológicas han optado por la subrogación de vientres y la adopción. Miles de familias mexicanas siguen desafiando sus posibilidades económicas al decidir tener uno o más hijos (ya sea de forma consciente o no). El mismo Landmesser decidió desafiar sus limitaciones sociales al tratar de permanecer con una familia judía. Hemos decidido luchar contra todas nuestras limitaciones, pero seguimos saludando con miedo a aquéllas en las que tenemos una injerencia real, en las sociales. Nunca antes había sido tan valiente quedarse cruzado de brazos ¿por qué hacer algo en contra de aquéllos que luchan por formar una familia de forma razonada y consciente?
Casi al final de la carta que el padre de Evarsite Galois dejó a su hijo, se leía lo siguiente:
[…]Lucha, querido hijo, más valerosa y airosamente de lo que yo lo hice; y ojalá oigas sonar durante tu vida las campanas de la libertad.
No estoy seguro del efecto que pudieron haber tenido estas palabras en la forma en que Galois condujo su vida ni en el empeño que seguía mostrando en sus trabajos pese a ser rechazados por las instituciones más prestigiosas de ese entonces.
De lo que sí estoy convencido es del impacto que tiene el ejemplo de nuestros padres en nuestro comportamiento. Si las familias siguen enseñando a sus hijos a actuar por miedo y a no razonar sus actos, nunca podremos escuchar las campanas de la libertad. El sufrimiento, la lucha y la desilusión aguardan. Pero siempre tendremos alguien que esté orgulloso de nosotros, nuestros padres. ¡Feliz día, papá!
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